Quizá soy demasiado optimista, pero creo que a raíz (¿o gracias?) al Coronavirus se está empezando a cuestionar por fin el modelo de consumo y producción de moda que se nos ha ido imponiendo en los últimos 30 años.
Al Fast Fashion ya se le ven los descosidos por todos lados. Según Mischa Noono, diseñadora de moda afincada en Nueva York, cuando trabajaba para otras marcas, sus superiores ya consideraban un éxito si se vendía un 75% del stock producido. Pero, ¿qué pasaba con el 25% restante? Esto es lo que ha pasado durante esta crisis sanitaria: grandes marcas como Inditex o H&M, por citar algunas de las más conocidas, se han encontrado que sus almacenes están a rebosar de stock. Este hecho refleja un modelo de negocio caracterizado por la nula conciencia del desecho de residuos.

Hasta hace poco, casi nadie -entre las cuales me incluyo- se preguntaba hasta qué punto era sostenible este sistema. Quiero decir, ¿quién no se ha comprado una camiseta por 5, 10 o 15 euros? Una ganga, ¿no? Si nosotros la compramos por ese precio, imaginemos por un momento a cuánto le pagan la hora al trabajador de la fábrica.
Consumo consciente, una tendencia al alza
Como consumidores es nuestro deber informarnos del origen de las prendas que vestimos, así como el uso que queremos darle a largo plazo. El Covid-19 nos ha hecho replantearnos nuestras necesidades hasta puntos insospechados, no solo sobre la ropa que compramos, sino también sobre la casa en la que deseamos vivir o cómo queremos trabajar.
Cuando me paseo por las calles principales de mi ciudad, Palma, apenas la reconozco. O mejor dicho, la reconozco en otras ciudades como Madrid, Barcelona, Ámsterdam, Londres, Estocolmo o Dublín. Es decir, en todas te puedes encontrar un Starbucks, un Zara, un Nyx, un Casa del Libro y un [lo que tú quieras poner que está por todo].
¿Es esa la clase de ciudad en la que queremos vivir? ¿Una ciudad sin personalidad, en la que los comerciantes locales no puedan establecer su negocio y vender sus productos? Yo, personalmente, visto con más orgullo aquella prenda que sé que es única porque sé quién la ha elaborado, quién me la ha vendido y qué materiales la componen. De la misma manera que leo con más gusto aquel libro que me ha vendido mi librero, o sea, alguien que dirige su comercio con mimo y me recomienda una novela con criterio.
Una apuesta por el comercio local
En los últimos 20 años han cerrado en Palma, o se han tenido que mudar a calles menos transitadas, locales de toda la vida que dotaban a la ciudad de encanto. Desde Casa Roca, hasta el Bar Cristal o la centenaria tienda de telas La Filadora, que por suerte sigue activa, pero que en 2012 se vio expulsada de la céntrica calle Sant Miquel. Actualmente, donde solía estar, hay un Bershka en su lugar.
Sin embargo, en Palma sigue habiendo empresarios luchando por hacerse un hueco entre Corte Ingleses e Inditex. En el sector de la moda y textil, tenemos a Cruz Ugarte, Casa Julià, SunVibes, Made by Med, Marat Atelier, NoworNever Jewelry, Cortana, Sommits, Mar Sobrón, María Castaña, Ca Donya Àngela, Piel de Gallina, Ribes i Casals, Cata de Placeta, Yuccs o BonVivant Bags, entre otros muchos más. Si sabes dónde buscar, hay.
Recientemente, tuve una conversación con los dueños de BonVivant Bags sobre sostenibilidad y consumo local. Sus productos están hechos íntegramente en la isla por trabajadores también de aquí. Apostando, de esta manera, por la producción autóctona. Asimismo, usan materiales como la piel o telas artesanales africanas. ¿Les sale rentable? Según Javier Taltavull, socio fundador, de momento no pierden dinero, pero tampoco ganan. Este afirma que tener un negocio en España es mucho más caro que en otros países con niveles de vida más altos y han apostado por una marca online para evitarse costes de alquiler, entre otros.
En relación con el consumo local, comenta que “es la tendencia en todo, pero que hay que poder. No te vale lo mismo algo artesanal o hecho en España que algo industrial fabricado en China. Si la gente puede pagarlo, bien, pero si no (como podría ser ejemplo de una familia mileurista con tres hijos) no le pidas que se gaste según qué cantidades de dinero en ropa buena”. Aparte, apunta que “aunque ahora se diga que hay que consumir local, nunca se había vendido tanto en Amazon como durante el confinamiento”.
He hablado de comercios de Palma por poner ejemplos concretos, pero en todas las ciudades hay negocios que podemos apoyar comprándoles a ellos en vez de a las grandes marcas. Además, estaremos apoyando un sistema de trabajo respetuoso con el medio ambiente y que garantice los derechos laborales de los trabajadores.
Como decía al principio, creo que sí se está empezando a cuestionar el modelo de consumo, pero aún queda un largo camino por recorrer. Las marcas no cambiarán, si no van acompañadas de un cambio de actitud por parte del consumidor. Consumir local es consumir conscientemente, es ayudar a la economía nacional, es poner tu granito de arena para que tu vecino pueda levantar otro día más la persiana de su negocio.