En ocasiones las cosas son más sencillas de lo que parecen, e incluso de la casualidad pueden surgir ideas de lo más inesperadas y brillantes. A esto se le llama serendipia, palabra creada en 1974 por Horace Wolpone para su cuento Los tres príncipes de Serendip, que viene a significar una forma de crear de manera azarosa o fortuita o según la RAE «Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual».

El cuento de los tres príncipes de Serendip

Este cuento de estilo picaresco narra la historia de tres embaucadores que se hacen pasar por príncipes para vivir a base de astucia y espontaneidad, siguiendo una dinámica de creatividad-supervivencia.

El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

«Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?»

«A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores.»

“¿Sólo a veces?”

“Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Eso es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.”

“¿Qué les pasó?”

“Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: “Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho».

“¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?”

“Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río.”

“¿Y los otros príncipes?”

“El segundo, que era más sabio, dijo: “le falta un diente al camello.”

“¿Cómo podía saberlo?”

“La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.”

“¿Y el tercero?”

“Era mucho más joven, pero aun más perspicaz, y, como es natural, en los hijos pequeños, más radical, al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: “el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro»

“¿Cómo lo sabía?”

“Las huellas eran más débiles en este lado.”

“¿Y ahí acabaron las averiguaciones?”

“No. El mayor, picado en esta competencia, afirmó: “por mi puesto de Arquitecto Mayor del Reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel.”

“Pero, eso es imposible de adivinar.”

“Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de hormigas que comía en un lado, y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas.”

“Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos.”

“El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: «En el camello iba montada una mujer». Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aún.”

“¿Cómo pudo saberlo?”

“Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río.”

“¿Por qué había bajado? ¿Tenía sed?”

“El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: «Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos».

“Eso es aún más difícil de saber.”

“Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse.”

“Los tres hermanos eran muy listos.”

“Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias.”

“¿Por qué?”

“Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal, y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido.”

“¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?”, le dijo el hermano mayor.

“Sí”, le dijo el mercader intrigado.

“¿Le faltaba algún diente?”

“Era un poco viejo”, dijo rezongando, “ y se había peleado con un camello más joven.”

“¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?”

“Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca.”

“Llevaba una carga de miel y mantequilla.”

“Una preciosa carga, sí.”

“Y una mujer.”

“Muy descuidada por cierto, mi esposa.”

“Qué estaba embarazada.”

“Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?”

“No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer”, buen hombre, le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El discípulo también rió.

“Eran muy sabios.”

“Sí, pero el buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció.”

“¡Pero, ellos tenían razón!”

“Los perdió su soberbia juvenil. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader, había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas.”

“¡Qué triste destino para los sabios!”

“La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado, y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública, como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso Emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes. Por cierto, que el segundo hermano se casó con la muchacha, que estaba bastante harta del mercader.”

“La sabiduría tiene su premio.”

“La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.”

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7 ejemplos históricos de serendipia

A lo largo de la historia, muchos inventos y descubrimientos famosos fueron fruto de una serendipia. Como por ejemplo:

  • El descubrimiento de América: Cristóbal Colón buscaba una nueva ruta, más segura, para llevar mercancía a Occidente. Por aquellos tiempos pensaban que la Tierra era plana, y sin saberlo… se encontraron con un continente aún desconocido para un lado del mundo.
  • La Penicilina: Cuentan que Alexander Fleming era un tanto desordenado y no tenía medios para aislar las muestras del entorno, entonces se fue de vacaciones, y en su regreso encontró unas placas de petri contaminadas por una especie de moho verde y con un halo de inhibición.
  • Los post-it: Un trabajador de 3M, Spencer Silver buscaba un nuevo pegamento super potente pero el resultado fue todo lo contrario. Su compañero Art Fry, cansado de que el papel separador de las páginas se cayera decidió utilizarlo para «notas adhesivas».
  • El Principio de Arquímedes: Cuentan que un buen día al sumergirse en la bañera advirtió que a causa de la resistencia que el agua opone, el cuerpo parece pesar menos e incluso puede flotar. Así, llegó a la conclusión que al entrar su cuerpo en la bañera ocupaba el lugar del agua y que lo que él pesaba de menos era lo que pesaba el agua que había desalojado. En ese momento se levantó de la bañera y gritó ¡Eureka!
  • Coñac: Los mercaderes de vino medievales extraían el agua del vino hirviéndola para que ocupara menos espacio de carga en sus barcos, y en el destino volvían a añadirla. Pero por el camino, algún marinero descubrió lo bueno que estaba el vino sin agua.
  • Patatas fritas: El chef George Crum para fastidiar a un cliente que siempre se quejaba de que sus patatas fritas eran demasiado gruesas, las partió del grosor de un papel y las frio hasta que crujían. ¡No pensó que gustarían tanto!
  • Fotografía: Daguerre estaba realizando experimentos para fijar una imagen captada a través de una cámara oscura. Pero las imágenes tenían muy poco color y definición. Un día, lavó las placas y las guardó en un armario donde habían caído unas gotas de mercurio. A la mañana siguiente, la imagen aparecía mucho más nítida y clara.

Muchos de estos ejemplos y otros los podéis encontrar en el libro Serendipia: Descubrimientos accidentales en la ciencia.

5 consejos para aprovechar la serendipia

  1. Lleva contigo siempre algo para apuntar (libreta, móvil…). Las notas de voz del móvil son muy útiles en todo momento.
  2. No te cierres. A menudo se nos ocurren cosas que podemos desechar porque en estos momentos no solucionan nuestro problema, pero quizás en un futuro sí lo hagan.
  3. Dale la vuelta. Cualquier idea puede ser útil si sabes encontrar el contexto adecuado.
  4. Comparte tus ideas. Muchas veces pecamos de avaricia, pensamos que las ideas son nuestras y queremos aprovecharlas nosotros. Sin embargo, si realmente quieres darle valor a esa idea, que se haga realidad, que pase de la mera creatividad a la verdadera innovación de darle forma, no tengas miedo de compartirlas con aquellas personas que le puedan ser de utilidad.
  5. Viajar a lugares desconocidos, pasear rodeados de naturaleza y otras actividades que nos permitan dejar volar la imaginación son excelentes momentos para encontrar soluciones, quizás al problema que tienes en mente o ideas más o menos abstractas que tarde o temprano puedan convertirse en una solución real.

En definitiva, la serendipia es el nacimiento de ideas con omisión de cualquier tipo de técnica y fruto de la pura casualidad. Puede surgir cuando buscando la solución para un problema logramos la de otro, o simplemente sin ningún esfuerzo, como fruto de la causa-efecto y el devenir del tiempo, así como de la suerte que corramos.

Este post fue originalmente publicado en misteridea.blogspot.com

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